El modelo se instaló a fuerza de incentivos fiscales, pero sus efectos sociales han sido devastadores. Las comunidades campesinas, indígenas y quilombolas (descendientes de esclavos negros) han quedado absolutamente aisladas entre las plantaciones de eucaliptos.
La emigración rural hacia centros urbanos sigue avanzando, las vertientes de agua se han ido paulatinamente secando y al proceso de concentración de la propiedad de la tierra no hay quien lo detenga.
Para conocer mejor esta compleja situación, Radio Mundo Real entrevistó a Enio Bohnenberger y Cristiano Meirelles, del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Minas Gerais.
Meirelles, que vive en la localidad mineira de Montes Claros, contó que esa zona de Brasil no se caracteriza por un gran desarrollo tecnológico, explicó que su economía ha estado históricamente atada a la ganadería extensiva y agregó que en la actualidad la mayoría de las familias trabaja en la industria del carbón, en condiciones infrahumanas.
Además, se quejó de que la agricultura familiar no cuenta con el apoyo del gobierno, y que la expansión del monocultivo de eucalipto generó daños sociales a diferentes niveles.
Bohnenberger coincidió en que el Estado brasileño promueve este modelo insustentable a través de beneficios impositivos y el otorgamiento de las licencias ambientales. “Además de financiar, el Estado actúa como una garantía de que nada le sucederá a esas empresas”, graficó.
Se trata de un modelo económico absolutamente dependiente de la economía internacional y la última crisis financiera así lo demuestra. De acuerdo al MST, desde que comenzó la debacle casi a finales del año pasado unos 200 mil brasileños han perdido su empleo en los sectores de la minería, la celulosa y la siderurgia.